POR LA IGUALDAD
Entró en la diminuta oficina del taller sin encender la luz y se aproximó dejadamente hacia la ventana, cuyo vidrio se cubrió rápidamente por el vaho de la respiración. Las farolas de la calle arrojaban una débil luz. Mirando a la nada hacía mentalmente la lista de los materiales que debería comprar. Cuartillas, lápices, gomas de borrar y algunos libros.
Entró en la diminuta oficina del taller sin encender la luz y se aproximó dejadamente hacia la ventana, cuyo vidrio se cubrió rápidamente por el vaho de la respiración. Las farolas de la calle arrojaban una débil luz. Mirando a la nada hacía mentalmente la lista de los materiales que debería comprar. Cuartillas, lápices, gomas de borrar y algunos libros.
Había tomado una decisión y la llevaría a cabo. No sería fácil
pero enseñaría a leer y escribir a las mujeres del taller. Pensaba que era la
mejor manera de que no las engañasen, de que empezasen a reclamar sus derechos.
Los mismos derechos que los hombres tenían, puesto que ante sus ojos eran
iguales. Esa misma noche hablaría con su padre. Lo convencería y obtendría su
permiso para utilizar el salón del taller y poder dar las clases. Ya sabía de
antemano las trabas que le pondría, Que no serviría de nada intentarlo porque
ninguna estaría interesada en aprender, y la que lo estuviese no podría porque
después de su jornada de trabajo tendría que irse a casa a cocinar, limpiar, y
cuidar de la familia. Pero no se echaría para atrás, a fin de cuentas su padre
nunca la había negado nada.
Miro el reloj de la pared y al ver lo tarde que era cogió su
abrigo del perchero y salió corriendo del taller. Cuando llegó a su casa la luz
de la cocina estaba encendida y al entrar en ella vio a su madre con cara de
pocos amigos. Antes de poder explicar por qué llegaba tarde su madre dijo
enfadada:
-¿Qué horas son estas de llegar? Desde luego no son horas decentes
para que andes por las calles.
-Madre, vengo del taller y lo tengo decidido. Voy a enseñar a las
trabajadoras a leer y escribir.
-Tu padre no te dará permiso y además esas mujeres no querrán
perder un tiempo, que no tienen, en aprender algo que no les será útil.
-¿Por qué no madre?¿Por qué no les será útil? Usted sabe leer y
escribir.
-Sí, yo he tenido la suerte de crecer en una familia con recursos.
Y tú también. Pero esas mujeres tienen que trabajar fuera y dentro de casa, no
les quedan fuerzas al final del día. Y aunque les quedaran fuerzas, el día solo
tiene veinticuatro horas. Después de cocinar, lavar, planchar, limpiar y
trabajar en el taller ¿de dónde van a sacar el tiempo?
-No importa madre, de donde sea. Yo les daré las clases después de
su jornada de trabajo, una hora todos los días. O podría hacer varios grupos, a
distintas horas, o por las noches después de que terminen las faenas del hogar.
No es justo madre. Sus maridos al terminar de trabajar pueden asistir a mis
clases. ¿Por qué no van a poder ellas tomarse un tiempo para aprender?
-Porque así son las cosas. Cada uno a sus quehaceres. Yo sé leer y
escribir. Pero también sé que mi sitio está en mi casa, dedicándome a las
labores del hogar.
-Madre, ¿se ha parado a pensar que si lo sabe es porque se lo han
enseñado? A usted, igual que a otras muchas mujeres. Los tiempos cambian madre.
Y el papel diseñado para el hombre y la mujer también. Por ello es que quiero
enseñar a leer a las trabajadoras del taller, igual que hago con sus maridos.
Para que puedan decidir por ellas mismas. Para que puedan aprender, no solo lo
que se les quiera enseñar sino lo que ellas quieran aprender. Para que tengan
la oportunidad de elegir si se dedican a las tareas del hogar, si van a
trabajar fuera de casa, o si quieren hacer las dos cosas. Mamá quiero que entiendan,
que además de pertenecer al maravilloso género femenino, con todas las cargas
que ello conlleva, pertenecen al género humano. El género que
independientemente de si eres hombre o mujer ha hecho avanzar al mundo y a la
historia. Que nos ha traído hasta donde estamos y que seguirá avanzando hacia
un futuro más igualitario.
-Está bien hijo mío. Si ese es tu propósito yo seré tu primera
alumna.
Ni que decir tiene que consiguió el apoyo de su padre. Pero el
camino no fue de rosas precisamente. Al principio su iniciativa despertó muchas
críticas. Sobre todo entre las mujeres del pueblo. Algunas mujeres del taller
tampoco quisieron ir a las clases. Pero poco a poco, con el paso del tiempo
viéndose los primeros resultados, muchas de ellas se animaron. En aquellas
clases empezaron a formarse futuras enfermeras, abogadas, ingenieras y doctoras
que, aunque hoy en día no cobran igual que sus compañeros de trabajo, no se
olvidan que pertenecen a ese maravilloso género humano al que todavía le quedan
metas por alcanzar.
MICRORRELATOS POR LA IGUALDAD
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